
La noche del 26 de Abril de 1986, y con la intención de aumentar la seguridad en la planta, los ingenieros quisieron probar los límites de las turbinas de vapor antes de detenerse completamente. El vapor se obtiene del agua pura que pasa por unas barras de dióxido de uranio, y este proceso se controla y contrarresta con otras barras de boro (una especie de sistema acelerador/freno), todo ello envuelto en toneladas de grafito.
Existe un fenómeno llamado "envenenamiento por xenón" en el caso de que la interacción del uranio no sea de una cierta magnitud. Pese al nombre del término, esto no es necesariamente malo: símplemente se produce demasiado gas xenón (neutrones a go-gó) y han de pasar un par de días hasta que su nivel en el núcleo descienda y sea posible de nuevo la fisión atómica y el reactor pueda ponerse nuevamente en marcha. Para evitar este efecto, los ingenieros desconetaron todos los protocolos de seguridad y el control automático del núcleo del reactor.
No se produjo xenón, pero en ese juego de embrague/acelerador con el que los ingenieros quisieron mantener despierto al reactor, la potencia generada fue tal que las barras de boro se deformaron por la temperatura: el coche iba sin frenos. En lugar del xenón hubo tal concentración de hidrógeno, que la presión hizo que toda la cubierta de cien toneladas del reactor número cuatro volara por los aires. No fué una explosión atómica, ni una gran bola de fuego que lo iluminara todo, nada tan espectacular. Símplemente acumulación de gases. 31 muertos.
El núcleo del reactor quedó en contacto con el aire. Toneladas de magma en estado de fisión a 2500 grados centígrados en su superficie devorándolo todo. Los bomberos militares de la base pidieron ayuda a los bomberos de Kiev para controlar el incendio e impedir que se propagase a los demás reactores. Lo lograron, pero el foco, evidentemente, era incontrolable. El calor en el pozo del reactor cuatro creaba un efecto chimenea que disparaba polvo radiactivo a un kilómetro de altura.
A partir de este punto es difícil hablar del número de muertos que el accidente causó, causa, y sigue causando. Para que os hagáis una idea, un ser humano adulto puede absorber aproximadamente 2 Roentgens de radiación al año. En la central en ese momento los bomberos estuvieron expuestos a unos 1500. La ciudad de Pripyat no se evacuó hasta tres días más tarde. Los que se negaron a abandonar sus hogares murieron esa misma semana.
El 1 de Mayo, lejos de ser consecuentes, las autoridades comunicaban que la situación estaba bajo control y que el peligro había pasado, e invitaban a todo el país a salir a la calle a celebrar la fiesta del primero de Mayo. En Kiev, a 100 kilómetros de Pripyat, hoy se habla de aquella celebración como "el desfile de la muerte". El responsable del comité se suicidó un año después.
Mientras, en la central de Chernóbil el gobierno movilizó a miles de soldados para, ataviados con unos simples guantes y unas máscaras de tela, limpiar de polvo radiactivo los alrededores de Pripyat y sacrificar a todos los animales de la zona, salvajes o no (pelaje + polvo radiactivo = chungo). A estos trabajadores se les llamo "liquidadores". Algunos se imaginaban lo que estaba pasando, la gran mayoría no, pero el gobierno te cambiaba los dos años de servicio militar por tan sólo dos días de trabajo allí.

Lo repetiré: Toda Europa sería un cementerio en cuestión de unos pocos meses.
A diferencia de los primeros liquidadores, hubo tres hombres que entendieron esto perfectamente, que eran plenamente conscientes de la situación allí. Sobre ellos no se han hecho películas en Hollywood, ni nada por el estilo. Sus nombres ni si quiera nos resultan familiares. Y, sin embargo, se sumergieron en lo que a día de hoy es su tumba, sabiendo que no había ninguna posibilidad de sobrevivir a aquello, para salvar millones de vidas. Valeriy Bezpalov, Boris Baranov y Alexei Ananenko se sumergieron en aquella piscina de ácido nuclear para, contra todo pronóstico, conseguir abrir las esclusas de evacuación y verter todo el agua hacia los depósitos exteriores preparados para recoger todo el material radioactivo. A día de hoy sus cadáveres, de un modo u otro, siguen ahí. Probablemente les debáis la vida y, al igual que yo hasta hace un tiempo, ni si quiera lo sabíais.
Cuando fuera de la Unión Soviética empezaron a medirse niveles de radiactividad por encima de lo normal, el mundo entero miró en dirección a la Unión Soviética en lo que hasta ahora ha debido de ser el WTF!? más jodidamente épico de la historia de la raza humana. El desastre ya no podía seguir ocultándose (hoy día los casos de cáncer en el Este de Francia y el Norte de Italia siguen siendo cincuenta veces más frecuentes a lo normal). Hans Blix, por aquel entonces responsable del Organismo Internacional de Energía Atómica, fue el primer occidental "invitado" por Gorbachov para analizar la situación. Dentro y fuera de la Unión hubo que hacer pública y transparente la situación de Pripyat y la planta de Chernóbil.
La población entera de Pripyat se encontraba en estado latente en varios hospitales de Moscú, algunos siendo víctimas de horribles afecciones tumorales, espina bífida y quemaduras inexplicables que ulceraban la carne hasta los huesos.

Se desplegaron robots que empujasen los escombros desde los tejados, pero la apabullante radiación fundió sus circuitos en tan sólo dos días: habría que hacerlo a mano. Miles de soldados y voluntarios confeccionaron ellos mismos con plomo trajes que llegaban a pesar 30 kilos, y trabajaron en los tejados de Chernóbil en turnos de cuarenta segundos, lo suficiente para lanzar un par de paletadas de escombros o arrojar con las manos algún fragmento de grafito. Varias veces al día. Según sus propias descripciones, en aquellos tejados podías sentir cómo te ardían los ojos, miles de alfileres se te clavaban en la cara y por algún motivo ni si quiera podían oír sus propios dientes cuando los hacían chocar abriendo y cerrando la boca. Hicieron su trabajo en un tiempo récord y en condiciones extremas. Sin políticos, mentiras ni generales que les dijesen lo que hacer, se hicieron llamar "biorobots". A día de hoy pocos superan la cincuentena, pero todos tienen la forma física de unanciano moribundo.

La construcción del sarcófago costó 23.000.000.000 (vintitrés mil millones) de rublos. Por aquél entonces el rublo tenía un valor similar al del dólar, con la diferencia de que el salario mensual medio en la Unión era de 180 rublos. Hay quien dice que esto fue probablemente la gota que colmó el vaso para la ya maltrecha y corrupta Unión Soviética.
A día de hoy la ciudad de Pripyat es un cementerio fantasma. Se puede visitar de forma segura durante unas horas, pero la radiación beta ya se encuentra a veinte centímetros de profundidad bajo el suelo: es absolutamente irrecuperable, y lo seguirá siendo durante más de 20.000 años. El sarcófago empieza a mostrar serios desperfectos y es necesario sustituirlo.
Las naciones unidas proyectaron un fondo para la creación, a treinta años vista, de un segundo sarcófago que cubriese el primero. Han pasado 25 y, pese a estar totalmente planificado y en manos de dos empresas francesas, la puesta en marcha de su construcción lleva ya diez meses de retraso, y a día de hoy la arruinada Ucrania es absolutamente incapaz de hacer nada salvo rezar.
Cien mil voluntarios muertos, cuatrocientos mil afectados, Valeriy, Boris y Alexei -amén de otros dos millones de víctimas- merecen algo más. Digo yo.
**A modo de breve actualización, y gracias al apunte del ladino-aunque-majo E.Martin en los comentarios, mencionar también a los pilotos y trabajadores que hicieron su parte desde los helocópteros los primeros días de la catástrofe, sobre el epicentro de la columna de calor que disparaba aire y polvo contaminados a 180 grados centígrados (y, también, miles de Roentgens), y que arrojaron, a veces incluso con sus propias manos, arcilla, plomo, dolomita y boro sobre la caldera del reactor para eliminar y paliar en lo posible el incombustible incendio atómico del núcleo.
Respecto a las fuentes energéticas alternativas, existen muchas, y todas costosas. La energía nuclear tal y como la utilizamos hoy en día es viable si también entendemos como tal -viable- la asunción de riesgos que supone. No todos estamos dispuestos a hacerlo. Hemos hecho un uso prematuro e infantil de un recurso en el que no se ha puesto ningún énfasis en su uso responsable. Hoy empezamos a discernir modos (también costosos) de utilizar el poder del átomo de forma segura y limpia, pero probablemente no los veremos en funcionamiento hasta el 2022.
Os dejo las últimas palabras de Carl Sagan en su serie de documentales Cosmos respecto a la responsabilidad de usar estos recursos. Si pudiese ver hacia dónde nos estamos encaminando, probablemente se volvería a la tumba él solito.