Estaba el otro día tomándome un McFlurry con M&M’s al lado de un oficial de las SS y, que quieren que les diga, me dio por reflexionar. Lo primero es que les tengo que confesar que, si bien no soy asiduo de los restaurantes de comida rápida, si soy un gran aficionado a este helado en concreto. Un sabor clásico Grasa Helada cubierto por trocitos de frutos secos azucarados, chocolateados y teñidos. Se que ya les comenté que deberíamos hacer un esfuerzo por mantener una dieta equilibrada, bueno, esto reestablece mi equilibrio emocional. No me castiguen. No abuso de ellos y, además, podría dejarlos en cualquier momento.
Volviendo al restaurante. Estaba disfrutando el helado rodeado de un montón de hindúes, de los empleados, latinoamericanos en su mayoría, y del ya mencionado señor nazi. ¿Cómo se que es nazi? Ya lo sospechaba porque este anciano señor de aspecto mediocre va a la misma piscina en la que yo nado durante la semana y sale, como yo, a secarse al solecito. Yo ya le había oído hablar con acento y en alguna ocasión no pude evitar oír (si, soy un cotilla) parte de una conversación que mantenía con una madura señora. La dama le estaba mandando a freír espárragos pidiéndole que no tratarse de justificarse y recordándole una matanza de la guerra.
Hace unas semanas apareció un reportaje en el suplemento dominical de un diario en el que retrataban a un nazi irredento que vivía en España. Tras cotejar fotografías llegué a la conclusión de que era mi nazi (yo le vi primero). El mismo que se estaba tomando un cafelito con helado a metro y medio mío. En su comportamiento no hay nada que delate su perturbador pasado. Va limpio y arreglado, lee el periódico y pide su comida a los untermenschen con corrección. Se le acerca una mujer madura con la que departe en alemán. Me llama la atención que esta elegante mujer habla con él en alemán excepto tres palabras. No tengo ni idea de alemán pero me sonó algo así:
Mein Kinderkatten, ya vol ein pastel de manzana uber coffen und ein kilo kartoffen, bitte.
Me pareció un momento muy tierno. Una pareja de ancianos como otra cualquiera, como seré yo en el futuro. Gente mayor a la que la realidad le ha adelantado por la derecha (que ironía) dejándoles obsoletas las estructuras mentales. A pesar de todos los años que han pasado en un país extranjero mantienen añoranza de sus conceptos. Y es que, no nos engañemos, nadie en su sano juicio asociaría el pastel de manzana que pueden servir en McDonald’s con un Apfelstrudel como Dios manda. Especialmente si se trata de el Apfelstrudel de mamá. Un pastelillo hecho con un toque especial, que nos transporta a nuestra infancia, a tiempos mejores. Esta receta descrita en un libro de cocina podría ser así:
------------------ Apfelstrudel Imperial de mamá. --------------------------------------------------
Seleccione las manzanas de entre todas las frutas y, entre ellas, vuelva a seleccionar las más lustrosas, las mejores. Descarte las de piel demasiado oscura o, peor aún, roja. Arrincónelas en una esquina. Mande también para allá a las desviadas frutas tropicales y a los Kiwis (al fin y al cabo por su culpa mataron a nuestro Señor).
Pele las frutas descartadas y hágase unas botas con su piel.
Llamé a la puerta del vecino, redúzcalo violentamente y tome control de su horno (al fin y al cabo siempre le perteneció). Abra la espita del gas, pero no lo encienda. Llame por teléfono a todos los restaurantes étnicos que repartan a domicilio que se le ocurra: chinos, árabes, mexicanos, hindúes…
Regrese a su casa y cuando lleguen las autoridades preguntando por los cuerpos de los repartidores amontonados en el piso de al lado niegue que eso haya ocurrido.
Queme este libro de cocina y busque una solución final.
Volviendo al restaurante. Estaba disfrutando el helado rodeado de un montón de hindúes, de los empleados, latinoamericanos en su mayoría, y del ya mencionado señor nazi. ¿Cómo se que es nazi? Ya lo sospechaba porque este anciano señor de aspecto mediocre va a la misma piscina en la que yo nado durante la semana y sale, como yo, a secarse al solecito. Yo ya le había oído hablar con acento y en alguna ocasión no pude evitar oír (si, soy un cotilla) parte de una conversación que mantenía con una madura señora. La dama le estaba mandando a freír espárragos pidiéndole que no tratarse de justificarse y recordándole una matanza de la guerra.
Hace unas semanas apareció un reportaje en el suplemento dominical de un diario en el que retrataban a un nazi irredento que vivía en España. Tras cotejar fotografías llegué a la conclusión de que era mi nazi (yo le vi primero). El mismo que se estaba tomando un cafelito con helado a metro y medio mío. En su comportamiento no hay nada que delate su perturbador pasado. Va limpio y arreglado, lee el periódico y pide su comida a los untermenschen con corrección. Se le acerca una mujer madura con la que departe en alemán. Me llama la atención que esta elegante mujer habla con él en alemán excepto tres palabras. No tengo ni idea de alemán pero me sonó algo así:
Mein Kinderkatten, ya vol ein pastel de manzana uber coffen und ein kilo kartoffen, bitte.
Me pareció un momento muy tierno. Una pareja de ancianos como otra cualquiera, como seré yo en el futuro. Gente mayor a la que la realidad le ha adelantado por la derecha (que ironía) dejándoles obsoletas las estructuras mentales. A pesar de todos los años que han pasado en un país extranjero mantienen añoranza de sus conceptos. Y es que, no nos engañemos, nadie en su sano juicio asociaría el pastel de manzana que pueden servir en McDonald’s con un Apfelstrudel como Dios manda. Especialmente si se trata de el Apfelstrudel de mamá. Un pastelillo hecho con un toque especial, que nos transporta a nuestra infancia, a tiempos mejores. Esta receta descrita en un libro de cocina podría ser así:
------------------ Apfelstrudel Imperial de mamá. --------------------------------------------------
Seleccione las manzanas de entre todas las frutas y, entre ellas, vuelva a seleccionar las más lustrosas, las mejores. Descarte las de piel demasiado oscura o, peor aún, roja. Arrincónelas en una esquina. Mande también para allá a las desviadas frutas tropicales y a los Kiwis (al fin y al cabo por su culpa mataron a nuestro Señor).
Pele las frutas descartadas y hágase unas botas con su piel.
Llamé a la puerta del vecino, redúzcalo violentamente y tome control de su horno (al fin y al cabo siempre le perteneció). Abra la espita del gas, pero no lo encienda. Llame por teléfono a todos los restaurantes étnicos que repartan a domicilio que se le ocurra: chinos, árabes, mexicanos, hindúes…
Regrese a su casa y cuando lleguen las autoridades preguntando por los cuerpos de los repartidores amontonados en el piso de al lado niegue que eso haya ocurrido.
Queme este libro de cocina y busque una solución final.
2 comentarios:
El mejor titulo ever¡¡¡
Por cierto, me ha encantado el detalle de la receta del final, joajoajoajoa.
a nuestro señor le matarono por las frutas tropicales? yo pensaba que le mataron por creerse un dios sin preguntar al Hombre Malo
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