miércoles, 9 de abril de 2008

Epifanía de Mónaco

Hace unos días comentaba la naturaleza jacarandosa de según qué spam llegado a mi cuenta de correo. Yo soy así, diametralmente opuesto a lo que podría definirse como un español normal, que se manifiesta contra la venta de Navarra o recibe publicidad de extensores de pene suecos mientras tuesta cedeses del canto del loco. Por ejemplo.

No. A mí me tienen que llegar cosas como "taller de biodanza", o cursos de "constelaciones familiares". Por no hablar de extraños boletines mensuales sobre estética y peluquería, ya que por todos es conocida mi casual y natural belleza junto a mis espléndidos, recios, vigorosos y brillantes tirabuzones tiroleses.

Así que hoy me he puesto a pensar (ya se sabe que una vez al año...), y me he planteado ponerme en el lugar de un spammer. ¿Cómo lograr que ese ambicioso proyecto empresarial y vital como puede ser mi negocio llegue hasta mis potenciales clientes sin gastarme un duro? Bien; imaginemos por un momento que tengo una hermana. Y que esa hermana tiene una hija. Y que cada vez que tira un carrete de fotos a la niña, monta una presentación de powerpoint. Y que esa presentación de powerpoint es enviada a cascoporro a amigos, familiares, e incluso compañeros de blog del padre de la criatura. Pues en un simple anarroseo (controlcé controluve para los mariateresacampistas) puedo estar tocándole la moral a un montón de seres humanos con publicidad sobre mi negocio.

Vale, si además mi compañero de trabajo recibe el mismo tipo de spam y encima es amigo común del compañero de blog, la cosa está mucho más fácil, pero es que de algo hay que escribir, leñe.

Y, ¡ojo!, que esto no es un reproche. Es sólo la escusa que necesito para reflejar aquí la apuesta personal que mi compañero de trabajo y yo hemos establecido: ¿Qué curso nos propondrá antes nuestro spam tribal y endogamico? ¿Sombras chinescas con los cojones? ¿O mediciones electromagnéticas con las orejas?

PD: Mi compañero de trabajo y yo esperamos que la niña de los powerpoints se encuentre bien después de su ingesta jabonosa, y desde aquí le aconsejamos un cambio radical en sus hábitos alimenticios; como la famosa plastilina amarilla, por ejemplo, con la que hemos crecido una generación entera de españoles de bien (ya se ve que si no está el tío Somo para dar el bibe...)

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