(Este es uno de los grandes secretos de la longevidad y buen hacer amatorio de los plutones enmascarados; hacer como que nada te preocupa. Pronto todo te dejara de preocupar)
El caso es que por romper la monótona sucesión de pequeños estudios y oficinas técnicas, me camuflé en una Enorme Firma Internacional (EFI) dedicada a la construcción de proyectos mastodónticos en países con poco respeto por los derechos humanos. Eso era jauja. El trabajo era fácil y pagaban religiosamente las horas extra. El nivel de exigencia era el justito; la elaborada jerarquía hacia que cada escalón añadiese un nuevo margen de tolerancia, cada vez mas amplio, hasta llegar a mi. A mi me decían "hazlo así, o no, bueno, tu hazlo para tal fecha que alguien ya explicara por que está bien hecho". Jauja.
Los medios tampoco estaban mal: Un edificio enterito para la empresa. Un enorme atrio que comunicaba todos los niveles del mismo, diáfanos, luminosos, con plantas. Una red informática potente y unas señoras que pasaban todas las mañanas con un carrito de café, te y bollería recién hecha. Cuando has trabajado en estudios jurásicos donde las ventanas estaban bloqueadas por archivadores y en invierno te dejabas el abrigo puesto, la abundancia de medios se agradece. Se ve que construir escuelas rurales y que los obreros sobrevivan da menos dinero que universidades de
derecho islámico para dictaduras integristas. Que cosas.
(El día en que hacer el mal de menos dinero que hacer el bien, o simplemente el ni-bien-ni-mal, nos sorprenderemos de como cambian las cosas. Y muchos dejaran de fingir que no sabían de donde venia su sueldo)
El caso es que pasada la sorpresa llega la rutina. Madruga mucho, mata a alguien en la estampida hacia el Bus, ficha en la puerta, finge que trabajas mientras lees tu ración de matarratas cerebral online, flirtea con la cincuentona del carro del café, que mañana te guarde el croissant mas grande... Rutinas salpicadas de las diferencias justas para recordar si algo te pasó el martes o el jueves. Y entonces lo vi.

Era difícil no percibirlo, un destello de otra época, un brillo cegador. En la casilla B9 de la maquina expendedora había un Pantera Rosa. Solo uno. Pese a no tener hambre, me lo compre y me lo comí. Al día siguiente, la B9 me miraba vacía al pasar frente a la maquina. "No la habrán rellenado", pensé. Pero al día siguiente la maquina apareció repleta y ni rastro de Pantera Rosa. Ni volví a pensar en ello. Hasta que unos días mas tarde volvió a aparecer. Solo una. Al menos una docena de mini-napolitanas con cabello de ángel y solo un Pantera Rosa. Tras comerme el puto bollo tuve especial cuidado de asomarme por las maquinas de otras plantas cuando me vino de paso, pero allí todas las casillas estaban llenas de otras cosas.
Había nacido una obsesión.
Era una obsesión chiquitita, inofensiva. Cada vez que pasaba frente a la maquina, miraba de reojo. No me paraba ni giraba la cabeza, solo echaba un rápido vistazo. Los Pantera Rosa seguían apareciendo con una cadencia irregular, a diario durante una semana y ausentes durante otra. Ya no eran una novedad, y no me gustaban mas que otras cosas disponibles en la maquina, pero el tema empezó a ocupar cada vez mas tiempo en la programación habitual de mi cerebro. Desde mi escritorio podía ver todo el atrio, y cuando llegaba cualquier tipo con aspecto de reponedor llevando unas cajas le seguía con la mirada discretamente. Pero jamás vi a nadie poner un Pantera Rosa en una maquina. Como me pagaban por horas trabajadas, llevaba registrado en un calendario lo que hacia cada día. Un día alguien me pregunto que significaban los días con un pequeño asterisco rosa y me invente cualquier cosa por no admitir la verdad. Mi obsesión ya estaba mas crecidita y me pedía para tabaco.
Un día apareció el bollito de mis entretelas, pero no estaba solo. La casilla B9 había sido colonizada por barras de Milka con almendras y caramelo. Y en medio de todas, el plástico rosa y blanco que me acosaba en sueños. No al principio ni al final. En medio. La situación tenia bemoles, porque las barritas Milka eran el dulce mas popular de la maquina, se terminaban en seguida, lo que inducía a pensar que en el momento en que MI bollito fuese el único impedimento para que un tragón oficinero se comiese su chocolate suizo optaría por hacer un 2x1. Y así pasó. Aquel día pude acercarme por la maquina mas de una docena de veces, viendo desaparecer los envoltorios morados uno tras otro. Como un halcón iba viendo desfilar ingenieros, delineantes, arquitectos... aventurando cual seria de los de dieta estricta y cual necesitaba un chute de azúcar. Pero la jornada laboral acaba, amigos, y uno repite el ritual de violencia frente al autobús y vuelve a casa. Y al día siguiente el bollito no estaba... pero habían repuesto todos los putos Milka.
Lo que sigue solo puede describirse como enajenación. Una semana más tarde, la maniobra bollito-en-medio-de-la-fila se repitió, y de nuevo vi desaparecer poco a poco los odiados obstáculos a mi felicidad esponjosa y artificialmente coloreada. Pero esta vez mi mecha era mucho mas corta... Viendo que el cierre del día se acercaba y que aun quedaban cinco barritas, opte por salir a la calle, meterme en un bar, pedir cambio, volver al trabajo y pagar, una a una, por todos los Milka que hiciese falta. Cuando por fin tuve en mis manos mi objetivo, devorándolo con amor y odio mientras sujetaba la pila de snaks no deseados, me gire para volver a mi ordenador.
Y me encontré a dos compañeras de curro mirándome a mi y mis cuatro mil calorías envasadas como si un monstruo hubiese salido del pantano y se estuviese comiendo un bebe.
Dos días después di aviso de que dejaba ese trabajo. No me gustaba la rutina.