lunes, 29 de octubre de 2007

De ratones y hombres: ¿Qué hora es? De la cabina láser al Nuevo Orden Mundial.

Quizá muchos de ustedes no lo sepan pero a finales de la década de los 40, horrorizados por el poder destructivo de los ingenios nucleares que sellaron la Segunda Guerra Mundial, un grupo compuesto por científicos atómicos de primera línea dio un paso adelante para llamar la atención sobre la espiral autodestructiva en la que estábamos inmersos. Convocaron a medios e instituciones y les hicieron saber que habían creado El Reloj del Apocalipsis. Un gran reloj era manejado por ellos que, analizando el riesgo de colapso de nuestra civilización, atrasaban y adelantaban los minutos que quedan hasta las doce en punto. A esa hora el Fin del Mundo sería irreversible. Ese reloj llegó a estar a las doce menos cinco en los momentos más crudos de la cruda guerra fría y, si no recuerdo mal, ahora mismo está a siete minutos del fin por el cambio climático.

Bueno, pues agárrense a sus asientos y acompáñenme en el viaje que les propongo porque yo acabo de poner ese reloj en las doce y cinco. Pero no se apresuren a pedir sus días de vacaciones acumulados ni a solicitar hipotecas a los bancos al tun-tun. Existe una posibilidad de que las cosas cambien. He podido leer en los diarios que también la ciencia nos ofrece una tabla de salvación: la Cabina Láser.
Controlen su imaginación pues no se trata de una cabina de teletransporte que nos llevará a paradisíacos planetas donde comenzar una nueva civilización evitando los errores pasados. Tampoco es una nueva institución del estado como El Carrusel de la Fuga de Logan, es decir, un instrumento estatal que, bajo la promesa de llevar a un dorado retiro a los considerados viejos en la sociedad, lo que hacia era exterminarlos, manteniendo así un equilibrio social ideal.
La función de la Cabina Láser es bastante más simple. Se trata de una cabina que medirá de forma precisa a los ciudadanos (empezando por las mujeres, pero luego iremos nosotros) para tener una idea realista de nuestra configuración corporal y, de una vez por todas, unificar las jodidas tallas.
Soy consciente de que a primera vista no parece muy espectacular pero les invito a que reflexionen sobre las condiciones que han creado la necesidad de esta cabina. La sociedad de consumo ha creado unos modelos estéticos inhumanos y ha cultivado en nosotros, mediante la publicidad, el irrefrenable deseo de adaptarnos a ellos. Todos nosotros nos hemos mirado en el espejo en algún momento y, desazonados por no encajar en el molde de Kate o de Marcus, hemos castigado nuestros cuerpos y torturado nuestras mentes[1]. Pero, sin duda alguna, lo peor es que en nuestros impulsos autodestructivos nos solemos llevar a alguien por delante. En este caso el gran colectivo perjudicado son los ratones. Más concretamente los ratones de laboratorio.
En nuestra búsqueda de la perfección hemos experimentado y descubierto con ellos las pastillas de la felicidad. Hemos hecho que ratones gorditos adelgacen con Xenical, que les salga pelo con Propecia y que tengan una intensa vida social con Viagra. Durante décadas les hemos inoculado virus y luego les hemos curado, les hemos dado descargas eléctricas para estimular su aprendizaje, les hemos llegado a reparar la medula espinal que, por supuesto, antes les habíamos seccionado en pos de mejorar nuestras propias expectativas. Bien, evidentemente todos estos años de manipulación van a tener una consecuencia en su evolución y, sobre todo, en su memoria colectiva.
¿Recuerdan que Susanita tenía un ratón chiquitín que jugaba al ajedrez y comía bolas de anís? Pues bien, ese ratón, ya un venerable anciano, como mínimo dirige un centro de investigación molecular y, en sus ratos libres, programa la Deep Blue. ¿Qué opinión creen que tiene de nosotros él y su generación? Mientras tanto nosotros estamos sentados en nuestros sofás mirando Gran Hermano y pensando: “Debería ir al gimnasio. He pagado todo un año y solo me he pasado por la sauna y por la cafetería. Bueno me pondré la faja reductora…”
Ahora proyectémonos a un futuro cercano. Miren como esa raza de superratones más delgados y musculosos que nosotros, con atractivas melenas, mejor educados y hasta mejor vestidos se ha ido haciendo con los mejores trabajos en la empresa privada y con puestos claves en la administración mientras los humanos hemos sido relegados a la condición de ciudadanos de segunda.
Forcemos un poco más la máquina del tiempo y lleguemos a la confrontación final que, en un duelo a muerte, decide quien se mantiene en la cúspide de la pirámide evolutiva. Un grupo de superratones calienta en una esquina del ring. En la otra, representando a la humanidad, con un cociente intelectual y un índice de masa corporal que apenas sobrepasa dieciocho, un grupo compuesto por las finalistas de Supermodelo 2037.

Despierten. Tranquilícense e incorpórense poco a poco. Les he dicho que la cosa no es tan grave. Si con la unificación de las tallas conseguimos dar el primer paso hacía la aceptación de nuestra naturaleza caduca el futuro será diferente. Por otro lado habrá que ser conscientes de que no podemos tener una dieta de astronauta con la genética de un neandertal. Deberíamos hacer más ejercicio por nuestro bienestar físico y mental y, por supuesto, mantener una dieta más equilibrada. Si para hacer ejercicio nos levantamos del sofá y conseguimos desconectar por unos momentos de la Unimente el futuro promete. Si al volver nos leemos un libro y somos capaces de compartir nuestras reflexiones (en un blog, por ejemplo) el horizonte se expande. Si, además, les pedimos perdón a los ratones alcanzaremos el Nirvana.

Esta en nuestra mano. Ya la decisión es personal.
No me malinterpreten soy un apasionado del queso Emmental y ya he trabajado a las ordenes de un popular ratón en una multinacional de esas que transforma los hidrocarburos en sueños por una buena cantidad de euros. Realmente no creo que la diferencia con la mayoría de los jefes que he tenido fuese apreciable. Creo que podría adaptarme sin problemas al Nuevo Orden Mundial. Pero, por si acaso y por lo pronto, me voy a subir a la bici estática a hacer unos kilómetros pero antes me voy a meter una palmera de chocolate mojada en Cocacola light (no vaya a ser que me de una bajada de tensión). Después me espera El Libro Rojo de la Publicidad en la mesilla de noche.




[1] Yo mismo, para paliar el menoscabo emocional que me provocó la chunga de mi vida, me volqué en el ejercicio físico y continué durante muchos años. Llegó un momento en que me nadaba 60 largos de 50 metros sin parar. Paseaba mi palmito con garbo por el foro como Namor que hubiese salido del fondo del océano a comprar el pan y el Marca. Los años han pasado y ahora parezco más la foca Peluso pero estoy bastante más relajado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Por el bronceado y las ingles brasileñas de Zaplana! ¿Ya habeise empezado a postear?

No olvidemos tampoco el holocausto topillo, compañeros...