El arte de introducir.

Carlos apartó suavemente todas las barreras, delicadamente con sus dedos, hasta que por fin pudo ver el pequeño agujero.

El agujero, húmedo y ligeramente caliente le esperaba, así que, cogió el aparato con la mano, mientras lo sentía enhiesto y duro se dirigió hacia la abertura, que parecía hecha para él.

A medida que se acercaba fué sintiendo progresivamente el aroma, dulce y potente a la vez, la gente siempre decía que no era un olor agradable, pero a él le atraía poderosamente.

El no se amilanó, agarró el aparato con fuerza, pero suavemente y lo introdujo con cautela pero con decidión, no una vez, ni dos, sino tres veces, hasta que quedó perfectamente introducido y la base impedía meterlo ni un milímetro más.

Deseaba llenarlo rápidamente, liberar el denso icor en el interior de aquel agujero anónimo, y apretó.

Volvió a apretar, haciendo suaves círculos, salió y volvió a entrar unas cuantas veces y por fin, al apretar de nuevo el líquido manó hasta que el agujero no pudo contener más.

Notablemente relajado, Carlos dejó la manguera del diesel en su sitio, cerró el depósito del combustible, se volvió a montar en su coche y salió cagando hostias para el curro, que estaba en la otra punta de la ciudad y ya llegaba diez minutos tarde, pero tenía que repostar porque ya había gastado unos 60 kilómetros de la reserva.