lunes, 23 de junio de 2008

Taxi Driver: Fucking Big Mass of Redundant Protoplasm

En mi trabajo he de alternar periodos de jornadas más o menos normales con otros en los que trabajo por la tarde/noche y he de estar de guardia. Durante estas guardias no es raro que a horas inverosímiles me llamen desde la central en Londres para atender una incidencia con carácter de urgencia de algún cliente.
Para esto mi empresa me da tickets de taxi para los desplazamientos, por lo que mi contacto con esta fascinante especie se ha ido volviendo intensa y apasionante en los últimos meses. Hoy voy a relataros la increíble historia del taxista conocido como... ¡fucking big mass of redundant protoplasm!

Era de noche, y sin embargo llovía. El taxi ya se retrasaba más de lo habitual, y el cliente era de esos lloricas de mierda a los que les gusta quejarse porque cuando les haces un trabajo en vez de usar suaves bridas de velcro para sus cables sólo le colocas fríos alambres de colores (o gilipollez similar). Justo cuando empiezo a barajar la idea de llamar de nuevo a radiotaxi, suena el móvil. Lo que en principio podría ser una pala de pescado arañando una pizarra y a los pocos segundos empezó a sonar más como una voz remotamente humana me informa de que el taxista no encuentra mi portal. A esto no añade más información, ni propone solución alguna; tan sólo espera. Son segundos tensos en los que pongo toda mi materia gris a trabajar en el problema. El tiempo parece fluir más lento a la vez que la sangre se agolpa en mis sienes. Finalmente, mi privilegiado cerebro llega a una conclusión y le doy a la telefonista una opción tácticamente arriesgada pero estratégicamente demoledora a largo plazo: "pues que siga buscando, oiga". Sé que contar únicamente con números pares de un portal a otro atendiendo a las placas que los numeran es un sobreesfuerzo que no viene implícito en la tarificación del taxista y que no es una labor fácil, pero confío en estos tipos, maldita sea.

En a penas veinte minutos vuelven a llamarme para decirme que el taxi me espera en la puerta de casa. Tarjeta de seguridad, llaves, ticket de taxi, móvil, cartera y PSP. Todo listo. Vamos allá. Atravieso, cabizbajo por la lluvia, el tramo que separa mi puerta del portal (arquitecturas modernas, ya lo explicaré en otro post) y de éste hasta el ansiado transporte.

-Hoooolabuenasnoches. Vamos a la calle patatín, número patatán.
-Fahbahgahagabfabah.

Cielos. Esto requiere un par de segundos de mi atención, así que me quito la capucha y observo a mi conductor. Una cabeza superlativa asoma desafiante sobre el asiento del piloto. Cana, abultada, desafiante y hegemónica. Yo gasto una king-size de melón y estaba acojonado ante esta visión, no os digo más. Más abajo, pliegues y pliegues de humanidad rebosan por el interior del vehículo cubriéndolo todo. Carne mórbida palpitando al ritmo de una respiración ultra humana, amenazando con desmadrarse cada vez que un gutural tosido de aquél avatar de la inmundicia cardiovascular delataba su, además, condición de fumador. Mientras que yo no podía apartar la vista del freno de mano parcialmente desaparecido entre dos pliegues de beicon de aquél magnífico a la par que aterrador ser, él insistió en su mensaje de caos y decadencia hacia toda la raza humana:

-Fahbahgahagabfabah.
-¿Eh?
-¡Fabagah!
-¿Perdón?
-...
-...
-¡FAFAAAAH!
-¡Aaah!

Era evidente que aquella criatura no había asimilado todas las facetas de la comunicación bilateral en núcleos sociales de población considerable. No sé por qué me acordé de Greystock y empecé a plantearme una hipótesis sobre un niño huérfano abandonado en un páramo salvaje y criado posteriormente por una manada de hipopótamos moteados. El olor de aquél taxi, maravillosa mixtura de tabaco negro, fango y heces hacían de mi idea una deliciosa fantasía más que viable. Pero centrémonos en el problema que ahora nos asalta: tengo pánico, me siento amenazado por un ser en un escalafón de la cadena alimenticia evidentemente superior y además me acabo de cortar las uñas de las manos y los pies, por lo que me encuentro indefenso en caso de que pretenda atacarme. Sé que estas cosas conforman el maravilloso ciclo de la vida, pero me niego a asumir mi destino de un modo tan sumiso. Mientras rebusco instintivamente restos de comida en mis bolsillos que poder ofrecerle, prosigo en mi alocución:

-Perdone, es que no consigo entenderle.

Vamos. Sé que en tu interior aún hay bondad. Sé que quieres comunicarte conmigo. Ánimo. Vence a tu parte impulsiva y animal, deja que aflore el ser humano aventurado y asociativo.

-Fbahagahbah.

Maldición. Quizá se deba aun problema de interpretación de estímulos. Es arriesgado, pero voy a intentar anticiparme a su primitiva mente e intentar mitigar su ansia con respuestas concisas.

-Sí, por la M-40 hasta Alcalá, por ejemplo.
-Fbah.

Bingo. Ahora sólo tengo que estar calladito todo el trayecto y respirar por la boca.

Al llegar a nuestro destino, le acerco el vale del radiotaxi para que él termine de rellenarlo con los datos de la carrera. Me siento un poco como Eliott arrojando una pelota al interior de un cobertizo una y otra vez. El imponderable coloso al fin consigue atrapar el papelito y comienza a garabatear apoyándose en su propia estructura abdominal, mientras gorgotea, tose y traga lo que sea que expele cada pocos segundos (probablemente esta función fisiológica tenga algún tipo de relación con la micro atmósfera creada en el interior del taxi, algún tipo de fotosíntesis muco-carbónica o similar). Al cabo de unos momentos, un pedúnculo que en su día debió de ser un apéndice facetado humano con pulgar oponible me ofrece la copia del resguardo.

-Graciasbuenasnoches.
-Grampfbahfah.

Mientras veo como el abominable ser desaparece por la línea del horizonte, doy gracias por seguir vivo aunque un terrible pensamiento vaya a secuestrar mi estabilidad mental durante unos días: ¿el pene de un hombre así mantiene sus funciones? ¿Seguirá ahí debajo o habrá desaparecido ya por mera lógica adaptativa?

En fin, amigos de lo tarificable por metros recorridos, hasta aquí este primer relato taxista.
Otro día, más.

1 comentario:

Gato dijo...

Jo qué valiente eres. Yo no creo que hubiera tenido entereza para pasarle el vale taxi ése...