John Carlin establece un paralelismo entre el cine de acción holliwoodense y la forma en que se ha planteado la “War on Terror” de Bush. Ambas parten de esquemas simplistas en los que el malo agravia al/los buenos y el héroe le persigue y le hace pagar su crimen, normalmente usando el método más excesivo que se le ocurra al productor. Y la audiencia vitorea. Eso es algo que me chocó cuando estuve allí, la gente aplaude y lanza vítores a voz en grito cada vez que en la pantalla sucede algo lo suficientemente sangriento o violento. Por supuesto, eso hizo que ver Terminator2 en pantalla gigante se convirtiese en una experiencia similar a sentarse con los UltraSur en un Madrid-Barça.
Este símil me ha abierto los ojos aun más si cabe acerca de la actitud de los partidarios de la Guerra de Irak. Veréis, me gusta el cine en el sentido más amplio de la palabra. Disfruto de la experiencia de sentarme en la sala a oscuras, la pantalla grande, preferiblemente bien acompañado. Disfruto de las películas cuando son solo eso y también del cine cuando pretende algo “más”. Y si lo consigue, mejor. Puedo pasármelo de vicio con una película a la que le veo fallos por muchos motivos, y eso no me hará dejar de ver los fallos ni comentarlos. Porque también me gusta hablar de cine.
Hace poco salía de ver un producto holliwoodense, más digno que la media pero fallido en dos o tres puntos, especialmente la conclusión. Aun así lo disfruté como un mico, y al salir del cine con mis amigos, íbamos comentando lo que acabábamos de ver. Al llegar a los fallos uno saltó:
“¡Ya me estáis jodiendo! No se puede disfrutar de una película con vosotros, siempre termináis sacándole defectos, y a mí que me ha gustado, me la jodéis ”
No sé si a alguno de los que me leéis este planteamiento le sonará tan marciano como a mí, pero el caso es que cada vez lo encuentro en mas sitios. El colmo de lo bizarro es encontrártelo en foros de cine de Internet, donde más de uno te puede jurar odio eterno por manifestar tu opinión sobre obras maestras del séptimo arte como “La Amenaza Fantasma” o “La Celda”. Por supuesto, no se privan de comentar en términos nada elogiosos el trabajo de autores europeos y españoles, asegurando, eso si, que jamás han caído en la trampa de ir a ver ninguna obra de esa caterva de “raros”.
El paralelismo que expresaba Carlin (o uno de sus entrevistados, ahora no recuerdo) se me antoja más preciso cuanto más pienso en ello. Si a un partidario de la guerra le intentas explicar lo que es el wahabismo o como se promovió su crecimiento desde occidente para frenar el panarabismo laico, te mirará con gesto entre incrédulo y mosqueado. Si mencionas a los cristianos caldeos cuando se trata de Irak, recibirás idénticas muestras de comprensión. “¿Quién es el malo? ¿Dónde está? ¿Cómo lo matamos de una manera eficiente, rápida y espectacular?”
Nos estamos convirtiendo en espectadores. De cine malo, además. Sospecho que la creciente oposición a la guerra tiene menos que ver con la moralidad del asunto y más con el hecho de que al complicarse todo, al ser necesario un lenguaje cada vez más complicado para explicarlo, el espectador se aburre, se cansa. La película le aburre y quiere cambiar de canal. “No entiendo por que ocurren esas cosas en Irak” dice una activista republicana desencantada, y eso resume su oposición a la guerra. No la entiende. Todo iba muy bien, los buenos se enfrentaban al malo y al final del día el héroe, mirando al atardecer, coge por el talle a su chica (una árabe por fin libre del opresor velo y que contempla la posibilidad de hacerse presbiteriana) y la besa. Fundido a negro, Fin y créditos.
Pero la chica resultó llevar un cinturón explosivo, no renunció al velo sino que se lo quitaron a la fuerza unos marines borrachos en Abú Grahib, y el héroe mató desde su avión a toda su familia mientras celebraban una boda. Esa película ya no mola. No por el trasfondo trágico, sino porque exige del espectador una atención mayor de la que está dispuesto a prestar. Deja de ser cine de acción para ser un thriller politico, y este tiene un público diferente. Pero el guionista persiste en su línea argumental, y en el publico bien aleccionado quedan quienes, cuando señales los huecos en la trama o los fallos de raccord te digan “Cállate, siéntate, disfruta de la película y dejanos disfrutarla a los demás”.
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